sábado, 6 de diciembre de 2008

GANADERIA EN VENEZUELA

GANADERÍA EN VENEZUELA
Como todas las grandes historias, el capítulo más importante muestra apenas indicios de sus
antecedentes y por eso estimula la curiosidad de los lectores. Tal es el caso de la referencia publicada por
nuestro colega y amigo Pedro Piñate en el diario El Universal el pasado 13 de Junio en un artículo titulado
“Ganadero Venezolano”, según la cual, “nuestra ganadería se remonta a la formación de un hato por
Cristóbal Rodríguez hacia el año 1530, tal como lo refiere David Mendoza en su obra “El Llanero” publicada
en 1846.
A la orilla de la carretera, alcancé a ver de niño un sencillo testimonio de la fundación del Hato Uverito
“que se estableció” con dieciocho vacas paridas, diez yeguas jerezanas y dos potros. Este
testimonio histórico dejo además una afirmación que se quedó en suspenso; Don Cristóbal, su gente y su
ganado llegaron al lugar “procedentes de El Tocuyo”. Esta afirmación impone una disquisición inevitable.
Se dispone de documentación dispersa sobre la importación desde la península de caballos, vacunos,
cabras y cerdos. Se menciona desde el segundo viaje de Colón en 1493 y el caballo, como instrumento de
conquista, ocupó un lugar preferente cuando, por razones de espacio en la cubierta de las naos de la época,
solo podían viajar con dificultad becerras y machos de corta edad, más fácilmente manejables. Las veinte
yuntas de vacas que vinieron a La Española en compañía de 300 personas a sueldo en el tercer viaje,
pudieran haber sido más un aspiración o un compromiso que una cantidad real, porque en Junio de ese
mismo año, según refieren las crónicas, la expedición se detuvo en Canarias “donde quiso tomar ganado
vacuno, como lo habían ordenado los Reyes y no lo pudo hacer”.
Todos los testimonios de la época indican que la simiente vacuna, así como las de equinos y otras
especies domesticas procedentes de la Península, llegaron con muy pocas excepciones, a La Española donde
indígenas pacíficos, tierras y climas bonacibles fueron propicios para dar asiento a la matriz de la conquista
de todo un Continente. Ya para la época de Francisco Bobadilla, quien mediante provisión de la Corona
derrocara de todos sus privilegios a los hermanos y descendientes del Almirante, se le autorizó también a
tomar posesión “de todos sus bienes que tuviesen en esa Isla como fortalezas, casas, navíos, armas,
pertrechos, mantenimiento, caballos, ganado y otros”. De esta temprana fecha procede la inusitada
prosperidad ganadera que describieron en detalle viajeros y tratantes quienes se sintieron afectados por la
imposición de un monopolio que pretendió prohibir, por fortuna sin mucho éxito, la reexportación de ganado
a las tierras vecinas y tanto fue así, que la vecina Isla Juana (Cuba) solo pudo recibir ganado después de
1520.
El comercio de ganado dentro de la Isla fue una actividad próspera y las medidas para impedir la
salida de gado vacuno impuestas por Diego Colón debieron tener muchos quebrantos, que forman parte del
hilo de esta historia. Los pasos de la codicia de los buscadores de oro escaso en las tierras de aguerridos
arahuacos y caribes, no tardaron mucho en toparse el que llamaron el “Golfo de las Perlas” y su desolado
corazón: Cubagua. “A falta de oro buenas fueron perlas”. Y la explosión de una inmensa riqueza, tan
abundante como efímera, dejó una lección que no hemos aprendido todavía. Para colmo, Gonzalo
Fernández de Oviedo, como fatal premonición, encontró en la punta oeste del islote una fuente o manadero
de un licor como aceite, junto al mar, que corre como betún por encima del agua, y los naturales llamaban
algo así como “excremento del diablo” y le atribuían, paradójicamente, efectos medicinales.
Pisando la huella, tras la codicia aventurera, el cálculo frío de tratantes y proveedores de suministros
convertía la vecina Isla de La Margarita en la despensa del islote árido ebrio de riquezas. La explotación a
gran escala requirió una mayor cantidad de esclavos buceadores y fuera o no, por los clamores del Dominico
Bartolomé de Las Casas en las Leyes de Burgos, que mandaban a alimentar con carne los indígenas
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esclavizados, privados de la posibilidad de cazar por sí mismos, aparecen las primeras provisiones de
derechos humanos.
Por las verdes aguas del Caribe han podido llegar a Margarita, (mucho antes que una primera Cédula
Real autorizara a Rodrigo de Bastidas para llevar a Tierra Firme doscientas vacas, cerdos y caballos con
destino a Santa Marta en Julio de 1225) a los predios insulares del cacique Charaima, la simiente con la que
Pedro Alegría, proveniente de Cubagua, ya mantenía un hato de vacas en el valle de San Juan, como
también lo hicieron Pedro Gallo y Pedro Moreno, vecinos de Pueblo Viejo y promotores de una humilde
Ermita que mas tarde se consagraría como sede de la Virgen del Valle. Según las mismas referencias
históricas la prioridad ganadera la disputa otro Pedro, esta vez de Villardiga, quién desembarcó ganado, este
sí, con la autorización debida por su condición de Primer Teniente de la Isla. Allí se repite la historia de
prosperidad ganadera que años después, para 1569, permitió a Diego Fernández de Zerpa, acaudalado
mercader y financista de empresas mineras, llevar a Tierra Firme, a un punto impreciso de la costa, 800
vacas con destino a las Llanuras fluviales de Tierra Firme.
En la pródiga Cubagua los festejos más sonados se venían celebrando a la usanza peninsular, tal como
se hizo con motivo del nacimiento de Felipe II en 1527. Se corrieron toros, producto de la Isla vecina, se
jugaron cañas y se realizaron ejercicios militares de la época. Este esparcimiento eventual acompañaba la
costumbre cotidiana de los juegos de naipes, ajedrez y la bola, objeto de frecuentes censuras eclesiásticas.
Hasta aquí la larga digresión que tampoco explica la procedencia de los vacunos que llegaron a
“Üverito” y nos vemos forzados a ir de regreso a La Española. Después de 40 años de lucha con indios
bravos y ambiente hostil los viajeros de Indias que en otras latitudes del Nuevo Mundo proclamaron el
hallazgo de inmensas riquezas, en las costas de Nueva Andalucía, los famosos ostrales fueron conocidos por
Alonso de Ojeda y el navegante Vespuccio antes que terminaran bautizando a nuestra tierra y todo el
Continente.
Mientras, un mercader con experiencia en trueque primitivo con los indígenas de las costas de
Paraguaná y prestigio de benefactor, venía operando con éxito desde la Isla de Los Gigantes. Juan de
Ampíes obtuvo de la Real Audiencia de Santo Domingo, a tiempo que se concedía a los banqueros Weltzer,
en 1528, el usufructo de una extensa región de Tierra Firme. De allí la histórica polémica de la fundación de
Coro, cuando aparentemente ya existían escasos rebaños de ganado en una costa inhóspita.
Como buenos banqueros que vinieron a cobrar las deudas del Emperador, hubo mucho de explotación,
sacrificio, torturas y muertes, poca colonización y menos oro. Cuando en 1531 el Papa Clemente VII creó la
Diócesis, con sede en Coro y designó al hijo del ya mencionado Rodrigo de Bastidas, el desorden, la avaricia
y las pugnas entre facciones hicieron de la importación la única fuente de provisiones y el hambre se impuso
por doquier.
El mito de El Dorado y la patraña de Las Amazonas entretuvieron por años la preocupación de los
conquistadores y en todo este período sólo contaron como semovientes los caballos precisos para
expediciones como aquella de Federman quien llegó al Alto Guarive en 1539 y más tarde en territorio Muisca,
se llevó la decepción de toparse con la autoridad de Don Gonzalo Jiménez de Quesada, lo cual marcó el
declive de la infausta experiencia de los Beltzares, como los llamaron por aquí.
La creación del Virreinato del Perú (1543) dejo fuera de su jurisdicción las costas del mar de los
Caribes que se mantuvieron bajo la autoridad de la Real Audiencia de Santo Domingo. Allí aparece un
personaje que hizo historia y la escribió de primera mano, con la claridad del letrado que no pretendió ser, el
detalle acucioso de un geógrafo sin instrumentos y de un naturalista nato sin formación académica.
Embarcó en La Española en una navecilla alquilada, que formó parte de la oficialmente autorizada expedición
de Juan de Carvajal, en condición de mercader: el forentino Galeotto Cey. La descripción detallada de su
empresa puede pasar en nuestros días a la literatura de ficción y ella entretendrá este relatorio durante un
gustoso trecho.
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Juan de Carvajal, personaje complejo y acérrimo enemigo de los Welser, llego a las vecindades de un
Coro disperso y desolado el Día de Reyes de 1545 con “80 hombres, 12 mujeres, 60 yeguas, 150 caballos, 80
vacas, 200 ovejas, 50 cabras, algunos asnos y puercos, un par de vacas de carga, 6 bestias” (mulares) y ese
mismo año, en medio de las inevitables disputas de autoridad, se propuso la empresa, novedosa para el
momento de la colonización tierra adentro.
Partieron en el mes de Abril en dirección oeste hasta el río Maticora y luego en el rumbo suroeste
pasaron por la vecindad de Mauroa, donde nuestro relator hace mención de la pez que “de día hierve con el
calor y en la noche se endurece”. Después de pasar las montañas de los Jirajaras llegaron a las llanuras de
Carora, ricas praderas con una hierba que llamaban “sanare”. Marcha adelante, quince días mas tarde, a las
planicies de Quibor y luego, hacia poniente, al valle del río Tocuyo, donde fundó la población de Nuestra
Señora de la Pura y Limpia Concepción del Tocuyo, el día de Todos los Santos de 1545.
La tierra fértil, el clima benigno y saludable y los pastos abundantes fueron propicios para el rápido
crecimiento del rebaño de fundación. Esa primera avanzada fue el punto de partida de numerosas empresas
en busca de las codiciadas riquezas que solo se reconocieron siglos mas tarde. La soberbia acrecentada de
Juan de Carvajal incumplió todas las promesas hechas a sus compañeros de aventura. Galeotto Cey describe
con detalle sus desesperadas gestiones para eludir la prohibición de salida del ganado cada vez mas
abundante, cuyo comercio prometía grandes ganancias en otras tierras.
Solo después de la ejecución de Carvajal, bajo el gobierno de Alonso Pérez de Tolosa, se abrirán los
caminos para las avanzadas en territorios vecinos, tanto en la sierra como en las tierras bajas hasta el Apure.
El mismo relator describe la avanzada de Juan de Villegas para explorar la Laguna de los Tacarigua en 1547,
posiblemente con algún ganado, desde donde se dirigió a la costa, a Borburata, que fuera al poco
tiempo un nuevo centro ganadero con la aportación de ganado isleño por mar y según referencias
imprecisas, por tierra desde Cumana y del mismo origen.
La Valencia ineteriorana a poco se convirtió en refugio de la azotada población costera y sus hatos de
ganado. Ya Vicente Díaz Pereira había traído desde Margarita un lote de ganado para fundar un hato en
los valles aledaños y por su parte Alonso Díaz se había establecido en Patanemo y luego en Vigirima y
Guacara.
Al amparo de una Real Orden, Juan de Villegas autorizó la expedición comandada por el Maestre del
Campo, Diego Vallejo, la ansiada salida de Cey y sus ganados en pos de grandes beneficios por las
pregonadas riquezas del Reino de Nueva Granada y la escasa competencia de ganados costeños “porque era
harto difícil procurárselos por la subida desde el Río Magdalena a los altiplanos de Tunja y Bogotá”.
La partida de El Tocuyo tuvo lugar a finales de 1550 y la comitiva estuvo compuesta por “veintidós
hombres, doscientos indios e indias de servicio, ochenta yeguas y caballos, sesenta vacas y un mil
quinientas ovejas”. Nada en los valles, montañas, quebradas, llanos interminables, selvas, caudalosos
ríos, animales salvajes desconocidos, penurias y enfermedades, escapa a la acuciosa descripción del
comerciante florentino. Después de 7 meses de penosa andadura con numerosas pérdidas de vidas,
especialmente indígenas de las tierras cálidas y muchos semovientes, llegó, por fin a Tunja, donde encontró,
para desbaratar sus sueños de riquezas, muchos traficantes competidores.
Terminó así la primera empresa, detalladamente documentada de exportación de ganado desde
territorio de la Provincia de Venezuela. No obstante, nuestro personaje regresó a El Tocuyo en Octubre
de 1551 y con menos de un mes de descanso, armó una nueva expedición para llevar “doscientas yeguas,
cien caballos, doscientas vacas y dos mil ovejas” para llegar de nuevo al altiplano, por la misma ruta,
en mayo de 1552 y lograr las jugosas ganancias merecidas, volver a su tierra y dejar el legado de sus
crónicas.
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De la misma procedencia tocuyana, así como todos los miembros de la expedición pobladora
capitaneada por Diego de Lozada, han tenido que ser los ganados de donde se sacaron los toros para
correr a la usanza de la época, junto al juego de cañas y otros ejercicios militares, con motivo de la
celebración del día de San Sebastián de 1567 en la Nueva Jerez de la época (actual Nirgua) que se ha tenido
como el primer espectáculo taurino realizado en nuestro país.
La ruina de Cubagua hacia 1539 se tradujo de inmediato en la catástrofe económica de Margarita y la
dispersión de la riqueza ganadera por todas las vías posibles, con la aparición de numerosos compradores. A
la sazón, Francisco Fajardo, hijo de Isabel “india pura guaiquerí, nieta del cacique Charaima”, daba sus
primeros pasos como conquistador, valido de su prominentes parentescos indígenas, en el litoral central,
terminó después de largo trafago como fundador de la Villa de Catia, de vida efímera por las lucha tribales y
de la Villa de San Francisco, donde hizo reparto de tierras y sostuvo un hato de ganado con origen en su
isla natal.
La subsecuente fundación oficial de la ciudad de Caracas, aunque nunca apareciera el acta respectiva,
advirtió también, la presencia anterior de las huellas de pezuñas vacunas. Ya para la época el
ganado poblaba en abundancia los fértiles valles centrales. Es razonable inferir que los grabados que ilustran
el “Libro de Montería” de Argote de Molina, tiene como escenario ese paisaje. Por otra parte, no se conoce
el lugar de la costa donde en 1569, desembarcó Diego Fernández de Zerpa las 800 vacas que adquirió en
Margarita con destino a los llanos. Todos esos aportes de ganado ibérico, andaluz en su mayoría, dieron
origen al ganado criollo del Nuevo Mundo.
La gigantesca conquista territorial que con paciencia (en sentido primario del vocablo) panza y pezuña,
logro la vaca en nuestro suelo y en todo un continente, es solo comparable a su influencia civilizadora. Se
justifica así la curiosidad que ha despertado un capítulo tan importante de su historia para esta disparatada
colección de disgresiones, que termina sin respuestas concretas y solo pretende alimentar la vocación que
compartimos.
Alberto Ramírez Avendaño
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